BLANQUISÍMAS CALLES | Luis G. Torres ☠️🌲

BLANQUÍSIMAS CALLES

Luis G. Torres

(MÉXICO)

Los habitantes del pueblo temblaban de frío, tapados hasta las narices. Afuera la nieve lo cubría todo. Soplaba una fuerte ventisca que hacía la sensación de frío más intensa. La calle principal del pueblo estaba parcialmente paleada, de manera que había una vereda lateral, para que la gente pudiera transitar más fácilmente. Fuera de ese camino, todo era nieve blanca, esponjosa y brillante. Ligeros copos de nieve caían suavemente sobre la superficie.

           Al interior de las casas, el fuego ardía en las chimeneas. Esta era la única manera de conseguir un poco de calor para los habitantes de las casuchas de madera y tejas de barro. Dentro de ellas no había mucho confort ni adornos, salvo unas guirnaldas hechas de pino, que algunos hogares se colocaban sobre el dintel y los laterales del hogar como único detalle que celebraba las Navidades en esas latitudes.

           Nadie se atrevía a salir a la calle a esas horas, con esa ventisca que todo lo helaba. Nadie, excepto un joven que, a pesar de estar cubierto por un abrigo de piel, botas y gorro, tiritaba al tiempo que daba pequeños pasos sobre la helada calle principal. En sus manos tenía un par de guantes de piel y al hombro portaba una vieja bolsa de lona de un color indefinible. Solo se alcanzaban a ver parte de su rostro. Sus ojos redondos y negros, su nariz colorada por el frío y no más. El resto lo cubría un paño que envolvía la parte baja del rostro.

           En ese lento andar se encontró con otro hombre que caminaba hacia él a paso lento. Era grande y fornido, cubierto por un gran abrigo de color pardo, gorro y grandes botas. No se distinguía mucho más de él en medio de las ráfagas de aire que hacían volar los copos de nieve de aquí para allá.

           Conforme aquel hombre se acercaba, algunos detalles se hicieron más notables. Su rostro era huesudo y sus ojos profundos, pero brillaban en medio de todo. No usaba guantes, así que sus manos resaltaban sobre el saco. Eran delgadas y retorcidas, con unas uñas sucias y largas. Tenía una barba blanca, larga y desprolija. De una mano colgaba una cadena que se arrastraba por el piso y la otra portaba un saco de arpillera.

           El joven se detuvo a mirar a ese personaje, sin poder identificarlo aún. Cuando el extraño dio unos pasos más, su rostro se hizo más visible: su piel parecía un pergamino viejo y reseco. Justo en ese momento hizo una mueca parecida a una sonrisa, mostrando sus dientes afilados y negruzcos.

           En ese instante, el joven sintió una fuerza sobrenatural y el miedo lo empezó a inundar. Quiso correr, pero no era fácil con ese viento y esa abundancia de nieve. Miró a su alrededor, tratando de establecer una ruta de escape. Cuando volvió a mirar hacia el otro lado, se encontró de frente con esa criatura horrible y deforme. Notó que del gorro sobresalían unos cuernos que apuntaban hacia el cielo, retorcidos.

           El hombre dejó de lado el saco y tomó la cadena, oscura y oxidada y con ella envolvió al joven, que aterrado, no podía proferir ni siquiera un llamado de auxilio. Jaló con tal fuerza la cadena, que hizo girar el cuerpo y ésta se enredó en el cuello del hombre joven quien murió por asfixia.

En algunas ventanas se vio rostros que escudriñaban lo que sucedía en la calle, pero nadie se atrevió a salir.  Con un nuevo jalón, la cadena fue recuperada y el enorme viejo dejó al joven tirado sobre la nieve y casi sin mirarlo, echando a andar.

           Cuando éste se alejó un poco, algunos se aventuraron a abrir la puerta de casa y salieron a ver al joven muerto, cuyo rostro mostraba una mueca horrible de desesperación, los ojos estaban salidos de sus órbitas y el cuello estaba destrozado. La gente, envuelta en abrigos y sacos se empezó a acercar.

-¡Fue el Krampus! -dijo uno.

-Yo lo vi todo -agregó uno más.

Alguien echo sobre el cuerpo inerte una vieja frazada, en señal de respeto. -Lo llevaré a mi casa, no puede quedarse aquí -dijo un hombre mayor.

Entonces, entre cuatro hombres lo cargaron y lo llevaron al interior de una casa. Allí dentro había una familia completa, haciendo una sencilla celebración de Navidad. Sobre la mesa había algunas viandas y una vieja botella de vino.

Metieron al muchacho y lo dejaron envuelto en un pasillo. Ya habría tiempo para darle un entierro cristiano. Ahora, a puerta cerrada, la familia trataría de continuar con su sencilla celebración. El Krampus, como todos los años, ya había hecho su aparición y por seguro, no volvería hasta el siguiente año.

 

 Un microrrelato dentro del RETO CREATIVARTE: MUTANTE NAVIDAD☠️🌲

Enero, 2024

          

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